Antiguas Leyendas Checas: Libuše

 

Praha,_Vyšehrad,_Přemysl_a_Libuše_(2012)Al morir el padre Cech, el pueblo por recomendación de su hermano Lech eligió como caudillo a Krok, alcalde de un poderoso clan. Krok tuvo tres hijas: Kazi, Teta y Libuse

Libuse era la más joven de sus hermanas y la más apreciada por el pueblo. Era hermosa, de cuerpo casto, comportamiento afable a la vez que seria, segura y tan sensata en la conversación que hasta los rudos y aguerridos hombres bajaban la voz y moderaban sus palabras cuando ella pasaba cerca y los ancianos experimentados por los años la ensalzaban diciendo:

«Por sobre la madre es hermosa, por sobre el padre es sabia».

Con venerable temor hablaban de ella, que se queda en éxtasis, que se le cambia la faz y los ojos cuando arde con espíritu superior, que mira en la oscuridad del futuro y que ve lo que debe suceder.

Luego de la muerte de Krok, se reunieron los sacerdotes, nobles y multitud de personas en el bosque sagrado junto a la vertiente Jezerka. Las hijas de Hrok también estaban. Bajo la cobertura de tilos, robles y hayas acordaron los ancianos de los clanes y todos los presentes, sin polémicas, de común acuerdo que al mando debía quedar en la familia de Krok, en manos de su hija más joven, Libuse.

El bosque resonó con los gritos alegres de todos y la algarabía se extendía desde el río hasta los oscuros bosques. Con júbilo llevaron a la joven soberana, encarnada de emoción, hacia el sagrado Vysehrad. A su lado caminaban sus hermanas Kazi y Teta, y delante y detrás los robustos sacerdotes y alcaldes.

Llevaron a Libuse al amplio patio del castillo, la sentaron en la mesa de piedra bajo el frondoso tilo dónde su padre, sabio juez y gobernante, se sentaba. La joven soberana tenía su propio castillo, según su nombre llamado Libusin, que edificó junto al bosque que se extendía hacia la aldea Zbecna, pero desde el momento de su consagración vivió siempre en Vysehrad gobernando sabiamente a todo su pueblo.

Así como sucedía hace tiempo con Krok, así también venía gente de todas partes para plantear a Libuse sus desavenencias. Y ella juzgaba con justicia y realizaba sabios acuerdos entre las partes opositoras. En aquél tiempo, dos vecinos, ambos alcaldes de sus clanes, entraron en conflicto por campos y colinas. Se enfrentaron fuerte, se ofendieron, mutuamente vituperaron a madres y abuelos, hasta que entre sus clanes se secó hasta la raíz la buena voluntad de vecindad y germinó el rencor.

Ninguno quiso ceder en el conflicto, cada uno parecía de piedra y ambos acudieron a Vysehrad apenas llegó el tiempo en que Libuse se sentó a presidir las audiencias.

Libuse, con un blanco lienzo en derredor de la cabeza, juzgaba sentada bajo un frondoso tilo sobre una mesa elevada cubierta con alfombra. A su derecha y a su izquierda doce ancianos, doce patriarcas de los clanes más poderosos, hombres robustos y ya de barbas blancas. En el espacio delante de ellos, la muchedumbre, pueblo, hombres, mujeres y alcaldes, que vinieron a ser juzgados o para defender a alguno de los suyos.

Frente a la soberana y los patriarcas se presentaron los enemistados vecinos. El más joven, acusaba que el mayor quiere campos y colinas a los que no tiene derecho. El mayor, hombre de espesa y densa barba, ceño fruncido como nube de tormenta, le interrumpió. Agresivamente requirió que se haga según su voluntad sin importarle que sería una injusticia para su vecino.

Cuando Libuse escuchó a uno y al otro y analizó la disputa, cuando transmitió al primer patriarca su conclusión, cuando los patriarcas habiendo considerado entre ellos la disputa y la conclusión aprobaron la decisión, la soberana informó del dictamen: que al más joven se le practica injusticia, que de él son los campos y las colinas.

No terminó de hablar y ya el mayor sacudido por salvaje ira, golpeó tres veces al piso con su bastón, enrojecido y con miradas relampagueantes, maldijo y empezó a hablar como si se hubiera desatado un diluvio;

«Así es aquí el derecho. ¡Acaso no sabemos quien nos juzga, una mujer!. Una mujer de cabellos largos pero de entendimiento corto. Sabe hilar, sabe coser, para eso está, pero no para juzgar. Que cosa, que hile, pero que no juzgue. ¡Vergüenza a nosotros los hombres!. Y con el puño se golpeaba la cabeza y con saliva manchaba su barba durante su apasionado discurso. «!Vergüenza a nosotros!. ¿Dónde en otra parte, que otra etnia, dónde en otra parte gobierna a los hombres una mujer?. Sólo a nosotros, sólo a nosotros, por eso estamos para la burla. ¡Es mejor morir que soportar semejante gobierno!».

Todos en derredor quedaron petrificados ante el violento discurso. Un color rojo de vergüenza cubrió las mejillas de la soberana y su corazón se agitó ante la humillación y la pena por semejante ingratitud. No contestó al que la injuriaba. Su alterada mirada recorría a los patriarcas, a la multitud y cuando nadie detuvo al ofensor, cuando nadie habló, se dirigió a la multitud con dignidad, con majestuosidad, aunque su voz temblaba de emoción:

«Así es. Mujer soy y como mujer me comporto; que no los juzgo con látigo de hierro les parece que poco entiendo. Es necesario que tengan un administrador más riguroso que una mujer. ¡Pues, ténganlo!. Vuestro deseo será realizado. Ahora vayan en paz a sus hogares. Que la asamblea general elija a su caudillo. Y a quien elija, lo tendré por esposo».

Habiendo hablado, se retiró del patio del castillo e inmediatamente envió mensajeros a caballo a los castillos Kazin y Tetin por sus hermanas. Sola se dirigió al rincón más alejado del jardín mágico, oscuro por profusión de arbustos y tilos de frondosa copa, al lugar sagrado dónde excepto a ella y sus hermanas a nadie mas estaba permitido entrar.

Allí, a la sombra de los tilos había un cobertizo con estructura de madera y techo de piedra llena de musgo. Debajo del techo, parado sobre una roca toscamente labrada, brillaba con pálida luz la cabeza plateada y barba dorada de un ídolo de madera,. A este ídolo lo llamaban Perun.

Libuse se arrodilló delante y se inclinó varias veces. Se sentó luego sobre una roca a los pies del ídolo y se quedó allí el resto de día, hasta que ya anocheció y bajo los árboles se puso oscuro y el viento nocturno susurró entre el follaje. Estaba pensativa, inmóvil como estatua, repasando en su mente lo que había pasado, reflexionando sobre lo que vendrá, a que soberano el pueblo elegirá, que posición adoptarán sus hermanas, si coincidirán con ella. Se levantó rápidamente cuando en el oscurecido jardín aparecieron frente a ella sus hermanas Kazi y Teta. El responsable del castillo que acompañó a las hermanas desde el acceso al castillo hasta el jardín se quedó de guardia junto a la entrada.

Lo que Libuse dijo o confesó, de que temas conversaron las tres mujeres dotadas del don de la profecía junto al ídolo de Perun, nadie nunca supo. La noche veraniega ya estaba por terminar, el cielo palidecía y detrás del castillo, de sus torres, murallas y árboles brilló el pálido amanecer.

En ese momento, cuando se levantó la fresca brisa del amanecer, volvieron del jardín las hijas de Krok. En medio de sus hermanas, Libuse, con el lienzo blanco alrededor de la cabeza, más serena, con mirada fija. Avanzaban en silencio como sombras y el asombrado encargado del castillo las vio alejarse, ascender por la escalinata hacia la gran sala hasta desaparecer entre las poderosas columnas aún en oscuridad.

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Nota del traductor: Libuse propone al hombre que la ha de reemplazar y que será su esposo. Se inicia entonces el reinado de Premysl.

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PROFECÍA DE LIBUSE

En una oportunidad, acompañada por su esposo Premysl, acompañantes y personas mayores, se detuvo sobre un alto despeñadero rocoso sobre el Vltava. Largas sombras se proyectaban sobre las exuberantes y floridas praderas del valle dónde fluía el arroyo Botic debajo de alisos, arces y altos sauces. El bosque en la Puerta del Lobo estaba ya cubierto de luz amarilla, la misma que hacía resplandecer con fuego dorado los campos de trigo que estaban debajo de la Puerta del Lobo y en las amplias alturas sobre la orilla derecha del río.

Todos miraban a la hermosa cosecha, a los dorados campos y todos se asombraban de las abundantes bendiciones que recibían. En eso, un anciano gobernador en la comitiva se recordó de como era hace años cuando se detuvo aquí con sus mensajeros, enviado por el difunto caudillo a buscar el sitio para el nuevo castillo

«Que soledad había aquí. Bosque y más bosque, como allí» y señaló hacia el poniente, a las cumbres boscosas detrás del río que brillaba bajo el sol. De la resplandeciente superficie emergían islas salvajemente cubiertas de árboles y de densos matorrales. Bandadas de pájaros volaban sobre ellos y desde las oscuras sombras bajo los árboles de las orillas, dónde entre arbustos y troncos se hamacaba el silvestre lúpulo, sonaban los desordenados gritos de las aves acuáticas.

Todos sobre la peña de Vysehrad fijaron sus miradas allí dónde al anciano gobernador indicaba: más allá de las islas, del río, sobre los amplios bosques que se extendías desde las orillas del río hacia arriba por las laderas de Petrín, Strahov, por toda una alargada elevación y por todas las demás circundantes laderas.

«¡Hasta que caigan aquellos bosques – opinó el anciano, – aún por mucho tiempo de allí nos seguirán visitando los hambrientos lobos. Y que decir de los más lejos, detrás de Strahov y Malejov, y de los que se extienden aún más allá, por todas partes. Antes que sean talados……….». No terminó. Ya nadie lo escuchaba. Cada uno estaba parado inmóvil, temiendo que aún con la pisada pueda perturbar, y todos miraban a la joven soberana parada delante de ellos. El rostro se le iluminó en una repentina, santa exaltación, con la que también se iluminaron sus miradas. Un temor sagrado recorrió a la comitiva y tocó sus corazones.

Libuse, como si no estuviera el esposo ni la comitiva, alzó los brazos hacia las azuladas laderas detrás del río y, mirando el bosque sobre la alargada elevación, habló con espíritu profético:

«Veo una gran ciudad, cuya gloria alcanzará hasta las estrellas.

Allí en ese boque hay un lugar, desde aquí alejado treinta cacerías. El río Vltava lo circunda.

Hacia la medianoche lo encierra con profundo valle el arroyo Brusnic; hacia el lado del mediodía una montaña rocosa en un lateral, al lado del bosque de Strahov.

Allí, cuando lleguen, en medio del bosque, encontrarán a un hombre que está labrando el umbral* de una vivienda.

Y llamarán al castillo que edificarán, Praha. Y así, como inclinan su cabeza los soberanos y gobernantes frente al umbral, así también la inclinarán frente a mi ciudad.

Suyo será el honor y la gloria y será conocido por el mundo».

Quedó en silencio. Hubiera continuado hablando pero repentinamente se apagó el fuego de exaltación pues el espíritu de profecía la abandonó.

E inmediatamente fueron más allá del río, hacia la cima del anciano bosque. Encontraron al hombre en su trabajo, tal como Libuse vió y dijo, y se pusieron a edificar en ese lugar al castillo. Edificaron y amurallaron fuertemente especialmente del lado del poniente, hacia el bosque de Strahov, ya que era el lugar más accesible al castillo. Un foso profundo y un alto terraplén allí montaron; sobre el terraplén un vallado de madera. Junto a él construyeron altos cobertizos y también sobre el portal de entrada. Los tarugaron con clavos de madera y luego los cubrieron de tierra mezclada con paja. Así los aseguraron contra el fuego y proyectiles incendiarios.

Y fue el castillo llamado Praha muy fuerte y reinó junto con Vysehrad a toda la tierra Checa.

Nota del traductor Pedro Brumovský: Traducción del libro homónimo del autor Alois Jirásek, autor novelístico del siglo 19 creador de, «Hermandad; Psohlavci; F.L.Vek; Filozofská historie; U nás; Husitský král»; y otras obra relevantes. Cada temática está desarrollada más ampliamente por el autor en su libro Antiguas leyendas Checas.

Originalmente publicado en el sitio de la Embajada de a República Checa en Buenos Aires