Antiguas leyendas checas: Golem
En la época del reinado de Rodolfo II vivió en la ciudad Judía en la ciudad de Praga el rabino Jehuda Löw ben Bezalel, hombre muy instruido y de gran experiencia. Era de alta estatura y por ello lo llamaban «el gran Rabino». Podía interpretar perfectamente no sólo el talmud y la kabbala sino también las estrellas y la matemática. No pocos misterios de la naturaleza, a otros ocultos, a él estaban abiertos y podía hacer tantas cosas extrañas que la gente se asombraba de sus poderes mágicos.
Su fama se había expandido por todas partes llegando también hasta el castillo de San Wenceslao, hacia la corte del rey Rodolfo. Su astrónomo predilecto Tycho de Brahe estimaba al erudito Jehuda Löw y el propio monarca lo conoció mediante un hecho insólito.
Sucedió que una vez viajaba en su carruaje palaciego desde Hrancany hacia la Ciudad Vieja en compañía de sus cortesanos montados a caballo. Era precisamente por la época en que emitió un decreto por el cual todos los judíos debían alejarse de Praga. El rabino Löw se había acercado a la corte para suplicar por su pueblo pero no logró nada, ni siquiera pudo llegar hasta el rey. Y ahora lo esperaba justamente en el centro del puente de piedra pues había sido informado que por allí pasaría el rey.
Cuando la gente vio ingresar al puente el hermoso carruaje real arrastrado por cuatro caballos, con arneses lustrados y acompañado de amplia comitiva, empezaron a requerir al rabino que se quitara del camino. Pero Löw, como si no oyera, se mantuvo inmóvil justo en el camino del carruaje.
Y ya la muchedumbre le gritaba, lo insultaban, le lanzaban barro y piedras, pero sobre él, sobre su cabeza y su manto, caían flores.
Llegó el carruaje real, pero el rabino no se movió y los caballos no lo arrollaron sino que solos se detuvieron sin que los cocheros hayan accionado para eso.
Ahora sí el rabino se movió y portando rosas y otras clases de flores, con la cabeza descubierta, se acercó al carruaje dónde se arrodilló y suplicó al rey compasión para con su pueblo. El rey, asombrado con lo que había visto y sucedido, le ordenó que se presentara en el castillo. Lo cual era un elevado honor.
El segundo honor lo obtuvo en la residencia real, yéndole esta vez bien con su súplica.
Pero un prodigio más grande que estas muestras de su arte era el golem, sirviente de Jehuda Löw. El poderoso rabino personalmente lo construyó de tierra y le dio vida introduciéndole en la boca el «shem», papeleta con mágicos textos hebreos.
Golem hacía el trabajo de dos personas. Servía, llevaba el agua, partía leña, barría y ejecutaba todas las tareas pesadas. No comía, no bebía y no necesitaba no descanso ni respiro. Pero cada vez que llegaba el sabbat, el viernes al anochecer, cuando debe cesar todo trabajo, el rabino le quitaba el «shem» de la boca. Instantáneamente el golem se envaraba, no se movía, quedaba parado como un muñeco en un rincón, tierra muerta, la que terminado el sabbat instantáneamente revivía apenas el rabino le introducía en la boca el mágico «shem».
Pero una vez, Löw ben Bezalel preparándose para ir a la vieja sinagoga para celebrar el sabbat, se olvidó del golem y no le extrajo el «shem» de la boca. Apenas el rabino ingresó a la sinagoga, aún antes que se iniciaran los salmos, llegaron corriendo personas de su propia casa y del vecindario, todos aterrorizados y balbucenado uno sobre el otro gritaban que el golem estaba enfurecido, que nadie se puede acercar, que mataría a cualquiera.
El rabino titubeó unos instantes, ya se iniciaba el sabbat, los salmos comenzaron. Cualquier trabajo, aún el más insignificante, el más mínimo esfuerzo era a partir de este momento pecado. Pero aún no se había terminado el rezo del salmo que consagra el día sábado, no había aún realmente comenzado el sabbat. Entonces se levantó y corrió a su casa. Aún no había llegado y ya escuchó profundos ruidos y retumbantes golpes. Cuando entró a la vivienda, sus acompañantes iban con miedo detrás, vio un horroroso desastre: vajilla destrozada, mesas, sillas, arcones volcadas y desarmadas, libros desparramados. Aquí ya había terminado con su labor destructiva. En estos momentos «trabajaba» en el patio, dónde ya habían caído las gallinas, pollos, el gato y el perro, todos matados, y ahora estaba arrancando de la tierra un tilo de áspera corteza. Estaba todo enrojecido y los rulos de cabello negro le volaban alrededor de la frente y mejillas mientras revolvía el árbol como si fuera el poste de una cerca.
El rabino se dirigió directamente a él con los brazos extendidos y mirándolo fijamente. El golem se sacudió, desorbitó los ojos cuando lo tocó el maestro y se inmovilizó como amurado por su poderosa mirada. El rabino le manoteó entre los dientes y de un solo movimiento le arrancó de la boca el mágico «shem».
El golem cayó sobre la tierra como si le hubieran cortado de un golpe los pies con un hacha y quedó tumbado, inanimado, como un muñeco de barro, sustancia muerta. Todos los judíos presentes, jóvenes y viejos, gritaron alegremente y llenos ahora de coraje se acercaron a caído golem riéndose y maldiciéndolo. Pero el rabino suspiró profundamente y sin decir una palabra volvió a la sinagoga dónde a la luz de las velas retomó el rezo del salmo y bendijo el sabbat.
El día sagrado ya ha pasado, pero el rabino Löw ya no volvió a introducir el «shem» mágico en la boca del golem. Ya no se levantó, siguió siendo un muñeco de barro y finalizó en la bohardilla de la vieja sinagoga, en dónde se deshizo en polvo.
Nota del traductor Pedro Brumovský: Traducción del libro homónimo del autor Alois Jirásek, autor novelístico del siglo 19 creador de, «Hermandad; Psohlavci; F.L.Vek; Filozofská historie; U nás; Husitský král»; y otras obra relevantes. Cada temática está desarrollada más ampliamente por el autor en su libro Antiguas leyendas Checas.
Publicado originalmente en el sitio de la Embajada de la República Checa en Buenos Aires